Demasiados nombres
Escribí un monólogo teatral protagonizado por Catalina de Salazar. Era solo un divertimento medio tonto en el que la mujer de Cervantes confesaba que era ella la auténtica autora del Quijote . Una joven actriz (ay, ambas éramos tan jóvenes entonces) lo representó en varios cafés-teatro junto con otros dos textos míos y ahí quedó la cosa. No esperaba hacerme millonaria ni salir en la sección de cultura del Telediario. Tiempo después, el que era mi amigo más querido y necesario —llamémosle A— escribió un dueto de microteatro basado en esa misma idea. “Te he plagiado”, me dijo. La mujer de Lope y la del manco de Lepanto departían en su obra sobre las andanzas de sus esposos mientras ellas daban rienda suelta a la pluma que los hizo célebres. No soy capaz de recordar cuántas partes de mi texto había tomado mi amigo, pero él se sentía en deuda conmigo, así que brindamos tres o cuatro veces por nuestra amistad, y por el teatro, claro. Algunos años después, cuando A. y yo nos había...