Kira
El verano siempre es un buen momento para volver a Gerald Durrell y sus aventuras en Corfú. Leo sus anécdotas infantiles, sus escapadas nocturnas para pescar diminutos ejemplares marinos que encerrará en frascos de observación, sus paseos entre olivos a lomos de una burra que le han regalado por su cumpleaños… y su vida se me presenta como las vacaciones perfectas. Pero Gerry no está de vacaciones. Tiene un profesor particular, Teodoro, decidido a que el niño aprenda cuanto sea posible. Como sabe que solo en plena naturaleza es capaz de interesarse por sus explicaciones, se lo lleva a la playa o al bosque para dar allí sus lecciones, buscando siempre una roca, una planta o un animal que sirvan para ejemplificar cualquier concepto nuevo. Me muero de envidia y pienso: yo también habría querido un Teodoro. Entonces, como brotada del último puntal de una raíz muy vieja, aparece en mi memoria Kira. No había vuelto a pensar en ella en todos estos años. Y me asombra la ingratitud de mi...