Los infalibles
Hechos
Una compañera ─coincido con ella tomando café─ me pregunta por mis tutorandos de 4º de ESO y sus intenciones al terminar el curso. Ella lo tiene muy claro:
─El consejo orientador debería ser determinante: para que un alumno pudiera cursar Bachillerato, debería estar de acuerdo el conjunto de sus profesores de 4º; que NUESTRA opinión tuviese el peso decisivo para que pudieran matricularse.
Noto que ella usa la primera persona en mayúsculas y que a mí se me eriza todo el vello que cargo sin depilar, que se me crispa el alma debajo de la piel. Hago un par de respiraciones profundas antes de responder.
Hechos
Hace unas semanas pasé una velada preciosa con mi amiga M., profesora de Física y Química en un instituto de secundaria en el que se esfuerza por sacar adelante a un alumnado especialmente vulnerable. Durante años dedicó también mucho tiempo y energía a impartir clases en una academia para universitarios que necesitaban un extra de trabajo. A lo largo de su carrera, más de una vez le han propuesto que asuma la jefatura de estudios. Además, año tras año forma parte de la comisión lectora que evalúa las obras de un conocido certamen literario antes de pasar las novelas seleccionadas al jurado definitivo. A mi juicio, su valía intelectual y laboral están sobradamente acreditadas.
Mi amiga M. cursó cuatro veces COU. Ni siquiera era una posibilidad contemplada por la normativa vigente en aquel momento. Sus capacidades están fuera de toda duda; simplemente se le atravesó la adolescencia. Supongo que mi compañera de café le habría impedido cursar una carrera universitaria si hubiese estado en su mano.
Hechos
El mismo día en que se me eriza el vello del antebrazo con el que sujeto la taza de café, por la tarde, participo en un debate. Otro amigo mío ha organizado una especie de experimento sociológico en su local-galería de arte. Quiere juntar a gente que piensa de manera diferente y demostrar que es posible un diálogo constructivo en torno a algún tema de corte político. Los propios participantes decidirán el asunto de la conversación. Lo primero que llama mi atención es la rapidez con la que dos varones le indican a mi amigo, único promotor del asunto, cómo deben realizarse las presentaciones y cómo debe cambiarse la disposición de las sillas. Después de varias propuestas sobre los temas de discusión, se elige por mayoría la libertad, lo que lleva, lógicamente, a disquisiciones filosóficas antes de poder aterrizarlo en algo concreto de aliento político. Como era de esperar, el debate se ramifica por las más variadas sendas. Ciertos varones se apropian de un ochenta por ciento de la conversación, aproximadamente. Y uno de ellos, al que mi amigo no conoce de nada (no sabemos cómo ha llegado allí), de manera insistente, lleva el diálogo de modo errático a la falta de educación de los jóvenes. Enfundado en su jersey verde y su chaqueta de cuero, armado de sabiduría y con la aquiescencia de algún otro tertuliano, el hombre se esfuerza por enlazar su indignación con el asunto de la libertad. Los adolescentes de hoy en día, resume en un alarde de originalidad, no respetan nada.
Supongo que este individuo locuaz estaría de acuerdo con mi compañera en que tampoco nosotros debemos respetar su libertad. La de los adolescentes, quiero decir. Al fin y al cabo, somos nosotros quienes debemos decidir por ellos. Claramente, nosotros (sobre todo él, sobre todo ella) atesoramos la verdad. Cuanto antes acepten nuestra infalibilidad (con mayúsculas), mejor. Dejémonos de paparruchas, como diría una liustre, y arrebatémosles de una vez por todas su libertad para experimentar y su derecho a equivocarse.
Yo, que soy un albergue de dudas, intento mirar al otro lado de las pupilas de mi compañera para comprender qué temores esconden sus temibles certezas. Quizá no son muy distintas de las del desconocido verborreico resguardado dentro de una chaqueta de cuero.
Qué bien escribe usted. Ha sido un gusto leer su texto.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Víctor. Me alegra que le guste.
ResponderEliminarReconozco perfectamente el perfil de esa profesora. Gracias por situarla en su exceso tan claramente. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarGracias a ti, Rosa.
ResponderEliminar