Eterno retorno

 

No sé si a ti te pasa, pero allá por el mes de enero, con la resaca brillante del espumillón, empiezo a anotar en papeles de colores ideas de trabajo para el curso que viene, cosas que se me ocurre que habrían funcionado mejor de otra manera, ejercicios adaptados a partir de una noticia, una canción que he escuchado o una película que he visto. Hacia mediados de abril, el ritmo de anotaciones es cada vez más frenético, una necesidad urgente y vital de volver a empezar, de hacerlo todo de nuevo, esta vez bien, se apodera de mí.

Qué claro y despejado veo el camino cuando lo miro desde lejos.

No sé si a ti te pasa, pero durante el curso apenas logro leer ensayos relacionados con mi trabajo. La didáctica se me va quedando en el estante del para después, porque me meto en la cama cansada, con un libro al que le pido por favor que me lleve de viaje; leer sobre las aulas al salir de las aulas sería una aliteración con riesgo de insomnio. Y sin embargo, a medida que se acerca el final del curso, el agotamiento y la necesidad de parar se mezclan en extraña amalgama con una energía inesperada, un raro subidón de combustible profesional. Ya que tienes unas largas vacaciones, susurra una voz alucinógena dentro de mi cabeza, vas a formarte, vas a retomar aquel libro sobre pedagogía, aquel otro sobre neuroaprendizaje, y también el de tutoría y convivencia, claro. Te lo vas a leer todo, vas a ver documentales, entrevistas, reportajes. Vas a revisar los seis mil correos que te mandas a ti misma para recordarte esas seis mil webs maravillosas que ofrecen materiales increíbles. Vas a ordenar todas tus carpetas, físicas y virtuales, llenas de documentos sobre lingüística, literatura, dinámicas de grupos… Vas a ordenar tu mente docente y la vas a dejar limpita y ordenadita para encontrarla en septiembre lista para entrar a vivir. Soy como ese Rocky-profesor motivado de la parodia. Está muy visto pero me sigue haciendo gracia.

No sé si a ti te pasa, pero siento que ese estímulo tan enérgico, tan potente, es al mismo tiempo como un pez que se escapa al intentar atraparlo bajo el agua. Porque llegan los días calurosos de julio y me distraigo mirando insectos que trepan por el tronco de un árbol, estrellas fugaces y novelas veraniegas. Cuando me quiero dar cuenta, solo me queda en las manos el recuerdo mojado del pez mágico que se fue. Agito en vano los dedos, que ya solo quieren zambullirse y bucear. Me digo entonces que volveré a intentarlo a finales de agosto, justo antes de empezar el curso, cuando sienta en el rostro (o sobre el cogote) el aliento otoñal del primer trimestre. Pero no sé si a ti te pasa lo cierto es que en septiembre, cuando todo huele a nuevo, me paraliza como a un árbol un fenómeno singular: hasta que no pongo cara y nombre a mis nuevos alumnos no soy capaz de echar a andar. Avanzan las semanas, trabajamos, voy conociéndolos. Escucho una canción, una noticia. Llega diciembre. Es Navidad. El recuerdo del espumillón con su brillante resaca reinicia mi círculo vocacional.

Año tras año acumulo cuadernos y carpetas con papeles de colores llenos de anotaciones mágicas.

Ahora que aún veo el pez a mi alcance, mientras estiro la mano hacia el agua, quería compartirlo contigo: no sé si a ti te pasa, pero quiero pensar que el año que viene, indudablemente, tengo que hacerlo mejor.

Felices vacaciones.

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