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Mostrando entradas de octubre, 2025

La otra

  La semana pasada acudí al teatro con un nutrido grupo de amigos y colegas de profesión. Hacía tiempo que no organizaba una quedada de estas características. Tal vez por eso vino a mi mente una de muchos años atrás que difícilmente puedo olvidar.  Fue en mi época de soltería cuando conocí a X. Él también era profesor. Recuerdo el momento en que nos conocimos: abrió la puerta del aula en que yo estaba dando clase, buscando a algún alumno para no sé qué cosa. En lugar del alumno, me encontró a mí. Nos encontramos. Desde ese primer día, no dejamos de buscarnos. Cualquier excusa era buena para detenerse a hablar en un pasillo o alargar una reunión. Era mi crush , como dirían nuestros adolescentes hoy. Y yo era el suyo. Aún no existía whatsapp, pero nos faltó tiempo para intercambiar nuestros correos electrónicos e iniciar una correspondencia cómplice cuyo único objetivo era seguir seduciéndonos mutuamente. Me recuerdo hablándole de él a mi mejor amigo, anticipando el momento ...

Leo con los ojos

  Les he pedido una reflexión sobre el libro que, por mayoría de votos, constituyó la lectura grupal del primer trimestre. Me adelanto a las posibles hojas en blanco rogándoles a aquellos que no lo han leído que me cuenten por qué, que lo escriban. Tal vez así podamos encontrar un remedio para la siguiente evaluación. Entre todas las respuestas, traigo a este albergue de dudas la de A., que me sabe como los granos de la granada: son dulces y refrescantes pero tienen por dentro un tallito de amargura áspera que tiende a quedarse entre los dientes. Lo conocí dos cursos atrás, con varios centímetros menos de estatura pero el mismo desparpajo que sigue gastando en cuarto. Es simpático –y lo sabe–, inteligente, espontáneo. Los estudios no le interesan demasiado y procura darles esquinazo a la menor ocasión. En realidad, creo que lo de doblar las esquinas a toda prisa y sin mirar atrás es para él una necesidad. De algo debe de estar huyendo. A menudo, en estos dos años, me he acorda...

Reencuentro

  Cuando una decide buscarse a sí misma en Google con nombres y apellidos puede llevarse una sorpresa. Sobre todo si pasa de los diez primeros resultados. Yo tenía diecinueve años y seguramente un pavo con retardo. Él era un famoso escritor de edad provecta, entrañable y humanista. Alguien me dijo que recibía asiduamente cartas de sus lectores, que era un hombre accesible, cercano. No recuerdo cómo obtuve su dirección, pero me lancé a escribirle sobre el impacto que su novela me había producido con la única esperanza ─ supongo ─ de que supiera de mi existencia. No quiero ni pensar en la cantidad de cursilerías y lugares comunes a los que sometí a sus ojos cansados. Tanto me había identificado con la protagonista, que ahora mismo he estado a punto de escribir que llevaba mi nombre: pero todos los chatbots me desmienten. De acuerdo, Silicom Valley, no se llamaba Elisa. Tampoco yo firmaba siempre con este nombre por aquel entonces. Tanta era mi presunción juvenil, que en mis text...