L.S.

 

La moderna manera de escuchar música

Un trozo de aire

 

     Descubro que L.S. lleva muerta catorce años. Solo conozco una de sus canciones, pero daba por sentado que era una mujer viva. Busco. Internet. Qué magia y qué condena. Murió a los 37 años. Asumo que se suicidó o tuvo un trágico accidente de avioneta, o que las drogas acabaron con ella. Así funcionan algunos prejuicios bohemios. Pero no es cierto: solo me da tiempo a pensar en la primera de las opciones antes de que Internet -qué magia, qué condena - me desvele la verdad: cáncer de mama. Hago cálculos: cuando escuché por primera vez esa única canción suya, L.S estaba viva. Ella no lo sabía, pero le quedaban cinco años de vida. Voy a repetirlo: solo tenía 32 y le quedaban cinco. Y yo estoy aquí. Tengo diez más de los que alcanzó ella. Inútiles matemáticas. Si fuese católica, supongo que este sería un buen momento para persignarme. Durante cinco años, cada vez que escuché esa única canción con nombre de paisaje, la daba por viva. Y lo estaba. Pero los catorce siguientes, cada vez que he escuchado ese tema, ha sido un post mortem involuntario. Nunca se me ocurrió buscar su foto (es la moderna manera de escuchar música, ¿no? Una canción ensartada con otra por un algoritmo sin tal vez saber cómo es la boca de quien canta). Ahora tengo delante su imagen, tan joven, junto al micrófono, y me entran unas ganas sustanciosas de echarme a llorar. Por una mujer que lleva catorce años muerta y a la que no conozco más que por unos minutos de aire que salieron de sus labios mientras grababa un disco. Tal vez influye la cerveza 7,5 o la copa de verdejo que me he bebido mientras volvía a escuchar ese trozo de aire. Me pregunto si cuando le tomaron esa foto sabía que no iba a llegar a anciana. Y lloro otra vez. No sé si por ella, por mí (qué he hecho para merecer seguir aquí), por el cáncer de mama o por el de mamá.

 

    L.S. murió un uno de enero. Vaya manera de mierda de empezar el año. Y como tengo un ego que no me cabe por el arco del triunfo, me lamento por no haber podido despedirme de ella. Porque el hecho es que he necesitado catorce años tras su muerte para escuchar el resto de su discografía. Y resulta que me encanta. Pero ya nunca podré ir a un concierto suyo ni decirle que su aire también es magia. Que aunque no se lo crea, acaba de resucitar, catorce años después, a miles de kilómetros del lugar en el que exhaló su último suspiro. Descansa en paz, Lhasa de Sela.

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