La realidad supera la ficha

 

Empezamos el curso, y como cada año, me toca repartirles a mis tutorandos una ficha estándar (más o menos melliza a la de otros institutos) en la que pretendemos recoger información importante sobre el alumnado: su entorno familiar, sus hábitos, su estilo de aprendizaje, su salud. Les reparto la hoja, que rellenan con asombrosa docilidad, mientras los observo y atiendo las veinticinco dudas que, contra todo pronóstico, les surgen mientras anotan sus respuestas. Yo me sorprendo: me parece tan fácil, tan mecánica, esa pequeña burocracia. Pero ahora, si me acompañas, quiero compartir contigo algunas de esas respuestas que me he encontrado este año y que me ponen ante los ojos la estrechez del documento, la rigidez de nuestra mirada sobre la realidad ajena.

En una parte de la ficha, tras un par de cuestiones acerca de los cuadernos de apuntes, aparecen las siguientes preguntas, una a continuación de la otra: ¿Cuidas tu ortografía? ¿Cuidas tu letra? Las respuestas a ambas son binarias, dos campanadas rotundas de cencerro: sí o no. Quizá a ti también te parezca fácil responder. Pero tú no eres M., quien, silencioso al fondo de la clase y con pulso temblón, ha añadido un arrugado y diminuto cuadrado con boli azul en el que ha puesto su palomita y su leyenda:

                                                           Casilla de verificación - Iconos gratis de ui lo intento

Y no es que el chico quiera ser gracioso, es que, verdaderamente, en el papel que le hemos dado no encontraba ninguna opción en la que sentirse representado. Si marco el no, se habrá dicho a sí mismo mientras hacía un esfuerzo de honestidad, mi tutora pensará que no me importa ni mi ortografía ni mi letra, que soy un dejao, un pasota. ¡Pero es que me cuesta tanto! Y si marco el sí, se decepcionará seguro en cuanto tenga que leer tres líneas de mi puño y letra. Seguramente no le falta razón. Lo que le falta a M. no es sinceridad ni interés; lo que le falta es una casilla extra: lo intento. Bien por ese añadido, M.

Por otra parte, si aún estás ahí, déjame que te cuente las dudas de A. ante las preguntas sobre el número de hermanos y la posición que ocupan los alumnos entre ellos. Profe, me explica, no sé qué poner. Cuando vivo con mi padre, soy el hermano menor, pero cuando vivo con mi madre, soy el hermano mayor. Yo, que me estoy muriendo de calor en un aula a más de treinta grados, con un cerebro derretido y anticuado como un tapete de ganchillo, improviso una respuesta: Bueno, si tienes un hermano mayor y una hermana pequeña, se puede decir que eres el mediano, ¿no? Pon eso si te parece bien. Y entonces A. me observa con una mirada que ni Javier Bardem en Mar adentro, y que solo puedo traducir por algo así como Voy a poner lo que me dices para no enredar; pero no lo entiendes: no, no soy el mediano. Y en cuanto llego a casa y le doy un respiro a mi ganchillo neuronal, me digo: tiene razón. Nunca, jamás, ningún día de la semana, es el mediano. En ningún caso se aprietan los tres críos en el asiento trasero del coche. Nunca han podido jugar a un escondite ni saltar a la comba en un espacio familiar. Jamás se sientan a cenar juntos los tres hermanos alrededor de la mesa, ni siquiera en un día especial como podría ser su cumpleaños, porque además, como descubro después, su principal preocupación es poder traerse a su madre y a su hermana pequeña a España. Decididamente, mi alumno es muchas cosas, pero no es el mediano. Alumno 1- cerebro de ganchillo 0.

Podría añadir muchos otros ejemplos, pero termino ya, contándote el susto que me llevé al revisar otra de las preguntas, en realidad, también por la respuesta de A. En este caso, la cuestión planteada era: ¿Qué comidas haces al día? Con cinco casillas para marcar: desayuno, almuerzo, comida, merienda, cena. Todo parecía más o menos en orden a medida que yo, a las cinco de la tarde, en mi casa, sujetando un trozo de bizcocho de nuez, leía lo que habían señalado, hasta que llegué a una en la que los ojos se me cayeron en el café en que mojaba el bizcocho: mi alumno había marcado solamente las dos últimas: merienda y cena. Al día siguiente, muy preocupada, me acerqué a él discretamente: ¿No comes nada hasta la hora de merendar? Claro que sí, profe, ¿por? Le muestro entonces la ficha y el apartado que me inquieta. Ah, bueno, es que la merienda y la cena son las que hago yo. Las otras las hace mi padre.

Si estás pensando que hay que estar muy despistado para no saber interpretar la pregunta, para dejar que la polisemia te confunda, quizá, igual que me ocurrió a mí, tienes que preguntarte antes cuántas veces, con quince años, te ocupaste de prepararle la cena a tu padre.

En definitiva, empiezo el curso preguntándome una vez más si de verdad soy capaz de atender las necesidades de mis alumnos, si mi cerebro de ganchillo es suficientemente elástico y flexible para entender su realidad. Y como M., yo también necesito una casilla extra, porque lamentablemente solo puedo responder: lo intento.

Feliz comienzo de curso. Feliz año nuevo.

Comentarios

  1. Me has hecho reír y casi casi llorar
    ... enhorabuena, Elisa!

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  2. Lo he leído con mis amigas!! Nos ha encantado Elisa

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    1. Hola! No sé quién eres, pero muchas gracias por leerme y por compartirlo con tus amigas. Me alegra que os haya gustado. Un abrazo fuerte ❤️

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  3. 👏👏 Qué bueno Elisa!!.
    Tu reflexión me ha recordado el poema titulado Los cien lenguajes del niño:
    "El niño está hecho de cien.......
    pero le roban noventa y nueve..."
    Qué bonito y qué importante que nos hagas reflexionar sobre ello. Debería ser obligatorio en el primer claustro para cambiar nuestra mirada hacia los alumnos.
    Gracias 😘

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