Imposible abrazarse
La semana pasada me vi inmersa en una sima de trabajo temible como un agujero negro. No me pilló del todo desprevenida, así que me había preparado mentalmente para ello. Lo que no sabía era que mi cuerpo, mi piel, no habían hecho el mismo entrenamiento. Pronto me di cuenta de que tenía una respiración de corto alcance y que el pecho se me hundía dos centímetros por debajo de su altura habitual, bajo el peso oscuro de una inmensa bola de osmio. De noche, a los pocos minutos de conciliar el sueño, me despertaba con el sobresalto de la presa cuando acaba de descubrir al tigre que la acecha entre la maleza. Creo que en el mundo científico se llama estrés. Una compañera me apretó afectuosamente la mano. No sabe ella, que probablemente esté leyendo esto, cuánta calidez pasó de su mano a mi torrente sanguíneo.
Pero yo necesitaba un abrazo. Por motivos que no vienen al caso, no me encontraría con mi pareja hasta el viernes. Tengo la suerte de trabajar en un entorno amigo, todos los días me cruzo con personas amables dispuestas a echar un cable y una sonrisa si te hace falta. Pero yo necesitaba un abrazo. Y no es fácil pedir un abrazo a una compañera, ni es fácil encontrar el lugar para abrazarla sin que alguien te pregunte quién se ha muerto. No hay espacios laborales para abrazarse, aunque veinte segundos de achuchón sean más benéficos que un atracón de Lexatín (tal vez, si los abrazantes tienen otro tipo de necesidades, sean capaces de encontrar esos espacios íntimos, aunque entonces la obra pasaría del drama cotidiano al vodevil). Pero si resulta difícil pedirle un abrazo a una compañera, más arriesgado aún es pedírselo a un compañero. Qué incomodidad, para ambos, si cualquiera —entre el público o en el escenario— malinterpreta la acotación. De modo que el abrazo público es signo de tragedia fúnebre y el abrazo en privado emana de lejos aromas chismosos de aventura erótica. Y yo necesitaba un abrazo. Casi seguro que tú, que estás leyendo esto, estés ahora mismo preguntándote por qué no te llamé, por qué no te lo pedí a ti. Y es que este blog solo lo leen personas que me aprecian y que vendrían en mi auxilio abrazatorio a poco que levantara la mano o el teléfono (en pleno éxodo de X-Twitter a Bluesky, a mí se me ocurre iniciar un pleistocénico blog y hablar de acciones obsoletas como es levantar un teléfono). No sé la respuesta, es lo que tienen los albergues de dudas.
Como profesora, todos los días me relaciono con decenas de adolescentes; a veces, te cuentan sus miedos, sus preocupaciones; a veces asistes a una crisis de nerviosismo, a un estado de vulnerabilidad máxima. Son menores, así que el contacto es siempre una cuestión delicada; presto atención y ternura a lo que quieran contarme y me aguanto las ganas de achucharlos; pero hoy, dándole vueltas a mis urgencias de esta semana, me preguntaba cuántas veces ellos, ellas, estarán pensado: Gracias por escucharme, pero lo que yo necesito es un abrazo.
Sé que insistir en el poder terapéutico del abrazo me convertiría a ojos de muchos en una comeflores irredenta. Pero ya ha quedado claro que esas personas no leen mi blog. Y perdonadme la digresión, pero hablando de comeflores, acude a mi memoria un episodio de La ruina en el que una mujer contaba cómo se fue a repartir abrazos por el barrio de Salamanca. Como no sería capaz de encontrar el episodio en cuestión, os recomiendo el pódcast de principio a fin, porque también la risa es un perfecto antídoto contra el estrés.
En definitiva, llegó mi viernes, me abracé por fin a mi pareja, y la bola de osmio fue licuándose poco a poco entre pecho y espalda. Ahí sigue, minúscula y agazapada, a la espera del lunes para envalentonarse de nuevo: habrá que mantenerla a raya. Pero no se me olvidan las personas — crecidas o adolescentes — que no cuentan siquiera con la posibilidad de un abrazo de viernes. A ellas les dedico esta entrada, incluso si no leen mi blog.
Reconozco muchos abrazos frustrados por una vergüenza absurda y me gustaría empezar a redimirme. Gracias por compartirnos 🤗
ResponderEliminarGracias a ti. Me encanta lo que dices. ❤️
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