Vacaciones perfectas

Son ocho alumnos y una alumna de 2º de ESO. Arrastran un fracaso escolar digno de mejor nombre. Les pido que describan sus vacaciones perfectas con unas pocas condiciones: pueden teletransportarse y no hay límite de dinero. Les digo esto porque me da miedo que sus vacaciones perfectas consistan en estar encerrados en su habitación jugando a la Play. Además, deben escribir el texto en futuro; ejemplifico en la pizarra: iré, haré… Lo primero que me llama la atención es su resistencia a encajar esto último. La mayoría se agarran al condicional irían, harían; supongo que a todos nos cuesta creer que lograremos las vacaciones perfectas. Pero a unos más a que a otros. Les insisto para que corrijan el tiempo verbal: quiero que se visualicen en la mejor de sus semanas santas con la contundencia de los hechos. No se me ocurre nada, repiten durante los primeros minutos. Pero después escriben. Y sus textos me dejan un sabor agridulce horas antes de hacer mis propias maletas. Hay inesperadas coincidencias. Os dejo con ellos, sed benévolos con el estilo y la gramática:

“Iré a Maldivas porque es un sitio muy tranquilo para ir de vacaciones. Luego iré a la Costa Brava con mis padres para ir a la playa y que ellos no estén trabajando. También serían perfectas si les quitase de trabajar a mis padres y comprarles una casa al lado de la playa para que vivan la vida bien”, dice S., la única chica del grupo, que se resiste a hablar en público cada vez con un poco menos de fuerza.

“Poder regalarle una casa a mis padres y darles algo de dinero. Además abriré varios negocios, por ejemplo un supermercado, un negocio de trenes y de autobuses. También remodelaré todas las calles y autopistas. Y por supuesto haré lo mismo en los sitios pobres y ayudar en todo lo que pueda. Y en Sudamérica haré lo mismo: pondré supermercados, trenes y autobuses”, escribe en seguida A., que ha suspendido todo en la segunda evaluación y acepta como una salvación la amenaza de sus padres de llevarlo a un internado.

“Compraré un coche a mis padres y una casa para que puedan vivir tranquilos. Pasaremos una tarde en Casablanca para visitar a mis tíos y despedirme de ellos”, asegura A.D., que ha tardado veinte minutos en pasar de la primera línea.

“Les compraré una casa buena a mis padres y mis abuelos, después llevaré de vacaciones a mi familia a Italia y a Menorca. Me compraré las mejores botas y a mi hermano igual”, afirma D., fanático del fútbol y del cariño, aunque sepa disimularlo bastante bien la mayor parte del tiempo.

Me pregunto qué habría escrito yo a su edad si me hubieran pedido este ejercicio de redacción (tan poco original, lo sé). ¿Habría pensado en las necesidades de mis padres? Honestamente, lo dudo. Pero no os voy a engañar, también hay entre mis alumnos quien quiere aprovechar sus vacaciones pare cometer un magnicidio, porque está convencido de que de ese modo su país de origen será el más rico del mundo. Os reiríais si os dijera cómo termina su texto, pero prefiero no hacerlo, no vaya a ser que reciba una llamada de Angels Barceló.

“(…) Luego volveré a España y visitaré Barcelona, ya que me parece muy interesante y es una ciudad muy bonita (…) quiero observar todo lo que puede pasar en Barcelona en un día”, dice M., que de momento hace turismo recorriendo todos los pasillos del instituto entre clase y clase.

Yo me voy quedando sin palabras a medida que leo sus textos, y me muero de ganas de decirle a M. que Barcelona está muy cerca, que podrá observarla sin necesidad de teletransportarse; y de suplicarle a A. que no se vaya a un internado; y de preguntarle a D. si su hermano es mayor o menor que él, para saber si es la admiración o la protección la que apuesta por esa botas. Pero ya se han ido de clase y el aula ha quedado vacía. Mucho me temo que en este momento estarán encerrados en su habitación, jugando a la Play.

Sé que no es una entrada de blog muy glamourosa. Pero sentí que pocas veces se habla de ellos. Y que casi nunca hablan ellos. Me apetecía darles voz, a ellos y a sus sueños. Felices vacaciones.

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