Escondido en la palabra
Estamos aprendiendo elementos compositivos cultos un viernes antes del recreo. Traigo una lista ordenada alfabéticamente, para que vean, entre otras cosas, que anfi significa ambos y por eso el anfiteatro viene a ser como un teatro que permite ver la escena desde ambos lados. Pues de un lado verían a los actores de espaldas, me dice I. También recordamos que bio significa vida. Por eso los anfibios son los animales que pueden vivir en ambos medios, acuático y terrestre, les digo. Entienden entonces que autobiografía sea la historia de la vida de alguien, contada por sí mismo. Haber encontrado un compuesto de tres términos les parece casi como haber topado con un trébol de cuatro hojas. Pero entonces, ¡¡las palabras no son aleatorias!!, grita J. en un aspaviento de manos que le despeina el flequillo.
Cuando les pregunto qué significa antropo, su mente toma un camino errático y los lleva hasta las arañas, pero les aclaro que eso es artropodo y es ahí donde conectan a los bichitos con el pulpo cefalópodo. Y con el podólogo, claro. ¿Por qué los juanetes se llaman así, profe? Y yo que me creía tan lista. Ni idea. Como el cefalópodo y el podólogo se han convertido en pareja inesperada, M. me pregunta por el logopeda. Por si acaso. El orden alfabético con que pensaba dirigir la clase ha saltado por los aires, por supuesto.
Vuelvo a la C y todos piensan en el gym cuando les pregunto por cardio; me dicen que significa resistencia, pero entienden la relación con el corazón cuando se lo explico. Yo tengo un primo que tiene una cardiopatía, profe. Vaya, espero que no sea grave.
Me aseguran que demo significa videojuego de prueba. Les vuela la cabeza cuando insisto en que también es pueblo y de pronto entienden lo que es la democracia. Pero entonces, ¿por qué monarquía en vez de monocracia? Les entra la risa, no pueden evitar pensar de pronto en un gobierno de simios y a I. se le queda flotando en la cabeza ese mono- traicionero. El gobierno nos lleva a eso del hemiciclo, el medio círculo del Congreso. ¿Ciclo es círculo, profe? Yo pensé que era algo que se repetía. Tú sí que vas a repetir. Cállate, listo. Profe, cuando acabe 4º voy a estudiar un Ciclo Formativo. Muy bien. Ya. Pero que qué tiene que ver: ciclo, círculo, no lo veo.
A duras penas llegamos a la F ¿Fono? Algo de la voz, seguro. ¡Ah, claro, teléfono! Y ahí brotan sin llamarlas la televisión, el teletrabajo y el telescopio como quien salta de oca en oca. Todo parece encajar, aunque G. me pregunta cómo se llama lo que usan los piratas: ¿No es un monolejo o algo así? Le aclaro la confusión entre catalejo y monóculo: mono, uno, oculo, ojo. Estallan de sorpresa como si hubiesen hallado un tesoro dentro de un huevo de chocolate. ¡Hala, chaval, estoy flipando!, dice J. Pero esta gente, ¿desde cuándo lleva inventándose palabras?, insiste I. Seguramente no lo saben, pero también ellos me asombran a mí.
Lo de que lumbalgia sea dolor lumbar, a la vez que nostalgia es dolor por estar lejos de casa, les parece de lo más poético, aunque ellos me digan que es de cine, top. Tope poético, por qué no. Tampoco esperaban que la ortodoncia y la ortografía estuviesen emparentadas, será por eso que a ninguna de las dos le tienen demasiado cariño. Volvemos atrás en el abecedario y suponen de inmediato que cripto es inversión, pero cuando conectan las criptomonedas con eso de encriptar un mensaje entienden con sorpresa que las criptas sean lugares ocultos. Ahora ya ven asociaciones por todas partes, aunque lo del poliamor les parezca (según me aseguran) algo espantoso y prefieran anotar polideportivo como ejemplo. Eso no puede ser, profe, no se puede estar con más de una persona a la vez. Sí se puede. Ya quisieras tú. Mejor seguimos, chicos. Cuando ven un megalito y les juro que lito significa piedra, C. me pide con urgencia otro ejemplo, desconfiado, ¿no les estaré engañando todo este tiempo? Entonces les hablo de Paleolítico y Neolítico, lo que rápidamente hace que A. se acuerde, por fin, del Neoclasicismo que estudiamos hace un mes. Seguimos en la L: ¡Cómo va a ser lumen luz, si ya hemos dicho que eso era foto! Pero la evidencia ilumina la mirada de I. y el concepto de sinonimia en su memoria. Avanzamos. ¿Y retro? Vintage, me dicen, cargados de lógica. Basta que les mencione el retrovisor para que se lleven las manos a la cabeza. ¡De locos!, grita C. Retrovisor. Televisor. Otra vez la partícula de la distancia. Otra vez la mirada. Se vienen arriba como si acabaran de marcar un gol.
Las once menos diez, menos mal que nos acercamos al final del abecedario.
Trauma. I. me mira muy seguro: Eterno, me dice.
Necesitaría otra clase entera o una vida para reaccionar debidamente a esa respuesta, a los ojos con los que la ha lanzado. Herida, le digo, sosteniendo su mirada.
Desde el fondo de la clase, un ¡Traumatólogo! nos saca de ese instante congelado en el tiempo.
Ya casi es la hora, profe. Hemos llegado a(l) zoo, a punto estaba de dejármela por evidente. ¡Prisión!, dice C., sin dudarlo un segundo. Recorro su trayectoria mental del zoológico a la cárcel pasando por la jaula. Su asociación me deja sin palabras a dos minutos de que den las once, silenciosamente, en la pizarra digital. A dos minutos de que la carroza se convierta en calabaza. Porque no pueden irse todavía, aún tengo que darles algo.
Profe, esta clase era para animarnos ¿verdad? Porque ahora vienen las notas.
La pantalla funde a negro.
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