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La fantasía de la obediencia

  A lo largo de este curso se han sucedido una serie de pequeños infortunios domésticos: fisuras de radiadores, avería definitiva de mi ordenador portátil, defunción de uno de los motores de la nevera, golpe estúpido y aparatoso en el parachoques del coche, agrietamiento recurrente de la manguera, destrozo de la valla del jardín por efecto de un vendaval, rotura de sombrilla a causa de otro vendaval, desaparición espontánea de todas las fotos que guardaba en mi teléfono móvil. A ello debo sumar algunos problemas de salud, como una tendinitis persistente en la mano derecha, pérdida preocupante de hueso en las encías, segunda extrusión de menisco con bloqueo articular y visita a urgencias. Tras cada contratiempo, y pasado el primer momento de desasosiego, pienso en las desgracias verdaderamente graves que les suceden a otros y me digo: que todos los males sean estos. Es mi mantra tranquilizador. Porque además, tengo lo que yo llamo la fantasía de la obediencia: si hago todo lo que...

Eterno retorno

  No sé si a ti te pasa, pero allá por el mes de enero, con la resaca brillante del espumillón, empiezo a anotar en papeles de colores ideas de trabajo para el curso que viene, cosas que se me ocurre que habrían funcionado mejor de otra manera, ejercicios adaptados a partir de una noticia, una canción que he escuchado o una película que he visto. Hacia mediados de abril, el ritmo de anotaciones es cada vez más frenético, una necesidad urgente y vital de volver a empezar, de hacerlo todo de nuevo, esta vez bien , se apodera de mí. Qué claro y despejado veo el camino cuando lo miro desde lejos. No sé si a ti te pasa, pero durante el curso apenas logro leer ensayos relacionados con mi trabajo. La didáctica se me va quedando en el estante del para después, porque m e meto en la cama cansada, con un libro al que le pido por favor que me lleve de viaje; leer sobre las aulas al salir de las aulas sería una aliteración con riesgo de insomnio. Y sin embargo, a medida que se acerca el f...

Voces

  Estoy escuchando a la ponente de un congreso al que he asistido con J., sentada a mi derecha. Nos han dividido en pequeños grupos; en el nuestro somos unos quince o veinte docentes, formando una U frente a la pantalla donde se proyectan las ideas principales sobre los trabajos de investigación en bachillerato. La exposición es dinámica; todos estamos atentos a la explicación. De pronto, la persona sentada al otro lado de J. formula una pregunta. No puedo verle la cara (J. está entre nosotras), pero habría reconocido su voz incluso con los oídos llenos de arena. Un relámpago me atraviesa la espalda, un zumbido zarandea mi cabeza. De repente, el desierto se abre paso en mi boca. Me esfuerzo por mantenerme pegada al perfil de J., escondida en su silueta, mientras intento decidir cuál es la mejor manera de actuar. Nunca imaginé que podría encontrarme con ella aquí. Pero ahí está, separada de mí solamente por un cuerpo. No sé si ella me ha visto, pero sé que no saldremos de esta sal...

¿Día de la Madre?

  Hoy tenía ganas de llorar. Nada demasiado grave. Pero se resistía el lacrimal. Y el bultito de pena que me apretaba el esternón se engrosaba como un pequeño y ridículo tumor. Había que deshacerlo. Pensé en sacar algún álbum de fotos familiar; nunca falla si necesito dar rienda suelta a la sustancia acuosa de la tristeza, sobre todo si se trata de mamá. Han pasado 4213 días desde que murió. Murió. Todavía tengo que tomar una dosis extra de aire para poder usar ese verbo. Once años y medio, algo más. No me ha hecho falta abrir el álbum. Ni siquiera me ha hecho falta abrir el mueble en el que guardo el álbum. En realidad, ni siquiera me ha hecho falta moverme de la silla. Quizá pienses que idealizo la figura materna hasta el extremo de no poder superar su muerte. (Muerte. Otra palabra, la misma, casi). Y sin embargo, te aseguro que no es el caso. Nadie mejor que yo ─y mi hermano─ para desmitificarla. Pero qué quieres que te diga, era mi madre y todo el mundo la quería. Por algo se...

Así lo recuerdo yo

  Todos los años organizábamos, hacia el final de curso, una fiesta dentro del aula. Las chicas montábamos algún baile; los chicos supongo que ideaban algún otro entretenimiento que no recuerdo. Escuchábamos música y tomábamos refrescos y gusanitos antes de irnos de vacaciones. En todos los recreos previos nos dedicábamos a preparar y ensayar la gran fiesta. Así lo recuerdo yo. Yo tenía once años y no era precisamente una de las niñas populares de la clase. Miraba a las que sí lo eran con una suerte de displicencia que ─ ahora lo sé ─ solamente escondía celos. Ese año, sin embargo, algunas de las nopopulares tuvimos la idea de preparar un baile especial. Lo era porque convencimos a los chicos para que bailaran con nosotras en un trepidante playback de America , de West Side Story . Como dirían ahora, estábamos todos dentrísimo. Tanto nos metimos en el papel, tanto nos empoderamos con aquel baile, que llevábamos a nuestros compañeros de un lado a otro del escenario agarrándolos ...

My girl

 Es un clásico, el mayor éxito de los Temptations, y sin embargo yo no puedo evitarlo: cada vez que escucho My girl me traslado a un pub inglés en Nothingham, donde oigo por primera vez esta canción, interpretada por un grupo aficionado en el que Derek se hace cargo de la batería. Tengo casi quince años y estoy pasando un mes en Inglaterra, en casa de una familia de tres miembros: Susan, Derek y Sianed, la hija de ambos. En mi primera noche allí, sufro un ataque de asma alérgica. La ternura con que me cuidan marca la relación entre nosotros para siempre. Por las tardes, cuando vuelvo de las clases de inglés, me quedo en la cocina con Susan y hablo con ella de todo. O sea, de todo. Sianed se convierte en dos días en mi hermana pequeña; me pide que le enseñe a hacerse las trenzas raras con las que yo me peino. Y Derek toca la batería en los Diamonds. Así que las tres mujeres de la casa estamos en el pub, tomando algo, somos las más grupies y aplaudimos a rabiar después de cada canc...

Los infalibles

  Hechos Una compañera ─ coincido con ella tomando café ─ me pregunta por mis tutorandos de 4º de ESO y sus intenciones al terminar el curso. Ella lo tiene muy claro: ─ El consejo orientador debería ser determinante: para que un alumno pudiera cursar Bachillerato, debería estar de acuerdo el conjunto de sus profesores de 4º; que NUESTRA opinión tuviese el peso decisivo para que pudieran matricularse. Noto que ella usa la primera persona en mayúsculas y que a mí se me eriza todo el vello que cargo sin depilar, que se me crispa el alma debajo de la piel. Hago un par de respiraciones profundas antes de responder. Hechos Hace unas semanas pasé una velada preciosa con mi amiga M., profesora de Física y Química en un instituto de secundaria en el que se esfuerza por sacar adelante a un alumnado especialmente vulnerable. Durante años dedicó también mucho tiempo y energía a impartir clases en una academia para universitarios que necesitaban un extra de trabajo. A lo largo de s...