Adverbio de emoción
Tiene el pelo rizado, color de nuez, los labios gruesos, la tez canela. Tiene también, probablemente, una hiperactividad no diagnosticada. Pero en esta optativa son tan poquitos que estamos casi en familia, y las familias se cuidan (la mayoría, al menos). Su compañero le susurra algo al oído y M. salta, espontáneo como un calambre: ¡Hostiás! Digo su nombre en ese tono recriminatorio que llevamos los adultos instalado por defecto en el software vocal. Pero, profe, ¡es un adverbio de emoción! Y el invento involuntario me hace tanta gracia que me río con él, y me ablando, y el secreto deja de serlo por obra y gracia de una palabrota. El compañero susurrador me cuenta que ha gastado una suma descomunal de dinero de su padre, realizando por error una compra on line de un artilugio inútil. (¡Hostiás! , pienso, haciendo uso de mi software silenciador). La historia es tan inverosímil que aparto a un lado sus cuadernos de trabajo para poner, en medio, todo mi escepticismo sobre la mesa. Mient...